Segundo viaje personal

Mi segunda visita a los campamentos de refugiados saharauis, la hice en diciembre del año 2009. En esta ocasión iba acompañada de mi hija Irene.

Iniciamos el viaje en avión, a las 12,30 de la madrugada,.con un retraso de 6 horas sobre el horario previsto. A pesar de ello, buen ánimo, ilusión y una gran dosis de paciencia. Hicimos escala en Argel y llegamos a Midjec, la daira de Auserd, donde vive nuestra familia saharaui, sobre las 7,30 de la mañana.

La llegada al aeropuerto militar de Tindouf fue caótica: llevábamos 8 cajas enormes con medicinas para el Hospital 27 de febrero, 2 bolsas grandes con comida, ropa y regalos para los nuestros, una pequeña maleta y una bolsa con nuestra ropa. Todo ello iba saliendo por la cinta de salida de maletas sin orden ni concierto. No teníamos ni manos ni tiempo suficientes para recoger y llevar a un lado todas nuestras pertenencias, y aunque lo conseguimos, no sé explicar cómo.

Esta situación no fue, sin embargo, la más difícil: nosotras íbamos hacia una dirección y los paquetes hacia otra, así que, primero tuvimos que encontrar los camiones que llevaran las medicinas al hospital y después el que nos tenía que llevar, a nosotras, a Auserd. Es fácil imaginar la situación de nerviosismo: buscar distintos transportes, 8 cajas enormes, maleta, bolsas,..., poca colaboración argelina, saharauis un tanto pasivos, subir todo eso a los camiones, alzando cada bulto desde el suelo hasta una altura de metro y medio..., correr, correr mucho para que nuestro camión no se fuera sin nosotras... Aún hoy, tanto tiempo después, no sé como pudimos hacerlo, a no ser que una tenga una energía especial cuando va hacia el desierto.

Recuerdo la cara "descolocada" de Irene cuando ya estábamos sentadas, no en el previsto camión, sino en un autobús, donado por el País Vasco, con la mitad de las ventanillas sin cristales. Me veía en ella. Era la primera vez que veía tanta oscuridad, tanta arena,..., estaba tan sobrecogida como la primera vez que yo hice el mismo viaje. Es como si no entendieras, como si todo tuviera algo de irreal...

Esa irrealidad se despeja cuando llegas a la jaima y ves a toda la familia. Sabes que no han dormido, que ya se preparan desde el mismo momento que les anuncias que vas, y allí están, adultos y niños, todos nerviosos, sonrientes, las mujeres gesticulan, los brazos levantados, dando gracias, Segma emocionada, Futella hiperexcitada, los más pequeñitos, tímidos, expectantes. Hemos llegado y los abrazos y besos me hacen sentir feliz.

Y ya está casi preparado el té. Me doy cuenta de cuánto me gusta su sabor dulce, aunque, a decir verdad, no me gusta el té. Al primer sorbo tomo conciencia que ya estoy allí, y a pesar del tremendo cansancio, hablo y hablo, hay tantas cosas que explicar... 

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